C’est moi…

Un rato de silencio y tranquilidad… el momento justo para que las musas acudan a mi llamada y me ayuden a escribir algunas líneas. El blog lleva varios días parado, será que nuestras vidas están un poco más ajetreadas que de costumbre, pero aquí llego para dejar alguna reflexión de las mías…

Es curioso, ahora que solo escucho el sonido de mi teclado y que mi casa se ha quedado tranquila, me doy cuenta que adoro la soledad tanto como la odio y me duele tanto como la necesito.

Menuda paradoja…

No sé si solo me pasará a mí que soy algo rara y un poco asocial, no lo voy a negar, pero siempre me pasa lo mismo… cuando mi casa está llena no veo la hora de que se quede vacía, cuando estoy rodeada de amigos y el ambiente está un poco apagado, solo pienso en que tendría que haberme quedado en casa. Lo malo, es que también funciona en la otra dirección, cuando llevo días sola en casa o cuando llevo días sin salir por decisión propia, la soledad me abruma y me araña de una manera violenta e inevitable.

He de confesar que cuando la soledad se me acerca, lenta y silenciosa como una pantera, me siento a su lado y la acaricio, ella se acomoda, ronronea y se queda. El problema viene cuando comienza cansar, cuando se vuelve pesada y densa como el mercurio. Cuando todo se vuelve negro y el silencio se vuelve atronador. Ese es el momento en que comienzas a pensar el por qué le dejaste que se acomodara, porque esos instantes de alivio y relajación tienen un precio muy caro que pagar.

No hay ni una vez que me pase esto, que no diga, esta será la última. Pero seamos sinceros, nunca es la última, porque cuando llega es tan suave y tan agradable que se me olvida que se vuelve oscura y fea.   

Pura contradicción, oui c’est moi!

Anuncio publicitario

Espectadora…

Aquí estoy de nuevo, sentada en el banco de mi estación tranquilamente y sin prisas, sujetando un vaso de papel que dice contener café.

La riada de gente va cambiando de dirección junto con los trenes. Hoy el sonido de las voces y el ruido de maletas es más alto de lo normal, seguramente porque las vías les llevarán al mar o a unas felices vacaciones. A veces me gusta quedarme aquí e imaginar quién es quién en este ir y venir de personas y tratar de descubrir qué hacen o hacia dónde se dirigen, no es más que un juego pero hace la espera más llevadera.

Los minutos pasan despacio más allá de mi banco, y ahí estoy yo como única espectadora de la vida, observando y analizando detalles.

Un padre separado que no sabe qué dar para desayunar su pequeña hija, un grupo de chicas animadas por la promesa de unas vacaciones épicas, un señor acalorado en traje que no suelta su maletín, un grupo de adolescentes que gritan y cantan canciones de campamento, un matrimonio mayor agarrado de la mano que empuja una vieja maleta marrón…

Podría escribir líneas y líneas, pero lo que de verdad me parece interesante son todos los sueños y todos los proyectos que viajan de un lado a otro. El hombre del maletín seguramente esté preocupado por cumplir objetivos y ganar un ascenso para llevar más dinero a casa y vivir mejor. Las chicas quieren pasar un verano juntas porque después de la universidad las cosas cambian demasiado y cada una tomará una vía distinta que les separará para siempre. El padre separado quizá pretenda fortalecer el vínculo con una niña que apenas le conoce.

Entonces algo se me pasa por la cabeza, una idea tan aterradora como necesaria.

¿Y si nunca es suficiente?

Nunca te quieren lo suficiente, nunca ayudas lo suficiente, nunca asciendes lo suficiente, nunca tienes suficiente dinero, nunca te diviertes lo suficiente…

Quizá la vida trata de viajar de un lado a otro persiguiendo objetivos y metas esperando que una sea la definitiva. Alcanzar una última meta para sentirte satisfecho por los restos. Pero algo me dice que cuando creemos que hemos llegado a la última, la perspectiva nos hace ver que existen unas cuantas más. Nunca terminamos de luchar, nunca terminamos de sortear obstáculos y por tanto, nunca nos sentimos satisfechos. Sospecho que esta ambición es completamente necesaria, aunque sea triste admitirlo, para levantarse cada día y sacar las fuerzas para luchar. Si no existiera esta ambición quizá seguiríamos escribiendo con pluma en pergamino, o quizá fuera peor y siguiéramos viviendo en feudos.

Supongo que uno no puede acomodarse en la estación, y tampoco en el vagón ya que tienes que estar preparado para saltar al siguiente tren, y después al otro y al otro…

Se han escrito ríos de tinta sobre la frustración humana… y es que…

La vida es una continua insatisfacción. 

Ojos de gata, calles desiertas…

«Tenía la piel canela más suave que hubieran acariciado jamás sus manos, se contoneaba desinhibida por el lugar, llevaba un vaporoso vestido naranja, a juego con su tono de piel bronceado,  entallado a su pecho y su cadera, era alta, morena y de pelo corto casi masculino  despeinado a propósito, su sonrisa era franca, de aquellas que embaucaban con una simplicidad y sinceridad aparentemente inauditas en aquellos tiempos; pero lo que realmente impactaban eran sus ojos, grandes y rasgados color aguamarina. Era demasiado real, demasiado pura, demasiado hermosa para compartir el lugar con el resto. Se contoneaba al ritmo de la música rock como  nadie lo había hecho nunca, con su sonrisa color marfil siempre entre sus labios rosados y mullidos. Un cuerpo de mujer que hacía parecer púberes al resto, una seguridad y tranquilidad aplastantes, era la primera mujer que le hacía suspirar en tanto tiempo…

No se cruzó con un mísero coche en todo el trayecto de vuelta, dejó a R en casa y continuó su camino, calles estrechas, iglesias centenarias, silencio casi sepulcral y calor, calor solo roto por pequeñas rachas de  brisa fresca de la madrugada. Su reloj marcaba las 5:30. Pasaba junto a un antiguo convento, los jazmines asomaban entre los barrotes y su olor impregnaba el lugar, damas de noche, jazmines y naranjos, algún motor de aire acondicionado, algún grillo clamando por atención, y el resonar de sus zapatos por el empedrado, una calle más, otra, mirando a izquierda y derecha y viendo solo más calles desiertas,  encaladas, peatonales algunas, otras tan estrechas que apenas cabría una persona, y el deseo indomable de correr, de salir corriendo entre ellas, de atravesar la judería a toda velocidad, recorrer sin rumbo y sin orientación cuantos metros encontrara, devorar asfalto y piedra hasta que su corazón volviera a latir desbocado, hasta que el aire le quemara en los pulmones y notara sus latidos en la frente y en las manos. Como única testigo la luna creciente.

No eres nadie si nadie te ve ¿acaso eso puede hacerte sentir mejor, saber que nadie te observa? ¿así nadie podrá juzgarte, hacerte sentir mal, abandonarte quizás? El único sonido ahora era su respiración agitada. No eres más que la ciudad dormida, susurraba, pequeña nevera para los sueños y las esperanzas, forzando que todo se mantenga siempre igual, ni bien ni mal. No seré yo quien te haga despertar, no sé siquiera si quiero huir una vez más, o quedarme y romper tus malditos empedrados con mis raíces. No sé si es síndrome de Estocolmo o amor sincero, como el que se tiene a un padre que te quiere, aunque te trate mal. Me agotas, me calcinas pero vuelvo a ti, me quemas cada vez que me acostumbro a tu implacable realidad, vuelves a hacerme Ícaro y fenix, vuelvo a amoldarme, se vuelve a parar el reloj. Ya estoy en casa, solo fue una noche más, de miradas felinas y turbia falsedad, no te dejes engañar Cruzavías, mañana esto volverá a empezar»

– Esta noche, la cita soy yo.

Vecinos…

Buenas madrugadas pasajeros:

Van pasando nuestros primeros días en la estación. Esta noche se me hizo tarde, salí a tomar algo  y pude disfrutar de un pequeño respiro del aire viciado y el movimiento de la gente.

Resulta curioso como a pesar de haber pasado estos anteriores días solo, me he enriquecido gracias a algunos de vuestros comentarios y blogs. Como podéis estar a miles de kilómetros, pero esta noche, que volví a reencontrarme con mis amigos después de sus vacaciones, a disfrutrar de una cerveza en este aplastante clima sureño; me vi hablando sobre adicciones ( I y II ), sobre la fortaleza, «El Principito» o las relaciones, influenciado severamente por mi lectura sobre experiencias ajenas, opiniones y vivencias que han sido plasmadas de manera honesta y sincera por personas que aun no conozco.

Llevo una larga temporada pensando que la única manera de sentirme completo es estando con alguien, en persona, en una relación, en una pareja, y ahora que vuelvo a estar en la soledad de mi estación me doy cuenta de que si bien el ser humano está condenado a ser social, puede aprender, reflexionar, y en cierto modo relacionarse de un millón de maneras diferentes. Incluida esta vía, tan de «petit comité», tan onanista la mayoría del tiempo, creada primordialmente para la auto reflexión y no para el feedback y las multitudes.

Solo es otra madrugada tórrida más, sigue estando la misma ventana abierta que no es cruzada ni por una brizna de aire, sigue siendo el mismo silencio roto tan solo por el paso inexorable y lento de los trenes o el sonido de algún coche en la calle, sigue siendo esta mi puñetera ciudad dormida del sur, donde nunca ocurre nada y nunca nada cambia. Pero sé que me puedo comunicar, que puedo romper una vez más el miedo a este absurdo recuadro blanco y sé que puedo leer lo que pensáis o lo que sentís, disfrutar de lo que os hicieron crear vuestras musas o compartir lo que os divierte o aflige.

Gracias por pasar a veces por esta estación, gracias por marcar vuestra huella en este rincón destartalado y solitario, y gracias sobretodo por poner una parada en vuestra puerta, para que pueda bajarme del tren haceros una visita de tanto en cuanto.

Prometo más inspiración mañana.

La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren. Francis de Croisset

Disfraces…

He estado leyendo algunos de mis antiguos escritos y me he encontrado con que el tema estrella es la soledad. Desde muy temprana edad, casi desde que recuerdo, así es como me he sentido: rodeada de gente y siempre sola.

Debido a una infancia y adolescencia bastante difícil tanto dentro como fuera del colegio, ponerme la ya mencionada coraza de acero valyrio resultó ser una solución fácil. Yo era independiente, fría y calculadora (o eso pensaba yo) y me disfrazaba de una Seshatt siempre sonriente y siempre divertida. Supongo que todos tenemos un disfraz parecido, uno que sacamos a la calle todas las mañanas y nos lo ponemos para el jefe o para el mundo, llamémoslo moda, maquillaje o sonrisa… todo con tal de encajar. He conocido a muy pocas personas en mi vida que su yo fuera igual a su disfraz, personas con suerte y supongo que más sanas. He de aclarar que no hablo de falsedad en ningún caso sino de adaptación al medio, algo tan viejo como el mundo e inherente a la biología de las personas, según Darwin.

Mi disfraz se fue confeccionando puntada a puntada de una forma extraordinariamente fácil, poco a poco la tela de colores comenzó a tapar mis carencias y mis traumas, solo tenía que dejarme llevar y el ánimo por encajar en la sociedad haría el resto. Mi disfraz tenía una función clara, no me gustaba lo que había debajo y el disfraz era mucho más bonito. Los colores y las sonrisas eran mucho más aceptables y llevaderas que el oscuro pasajero que llevaba dentro atormentado por las despedidas y la culpa, o la falta de ella.

Sin embargo los disfraces tienen una desventaja: cuando son tan bonitos, no quieres que nadie los rompa. O lo que es lo mismo, no dejas que nadie acceda a tu yo verdadero porque sigues pensando que es feo y oscuro. Prefieres que se queden con el disfraz antes que tener que contar la verdad de tu vida, que quizá no sea un drama de novela, pero a ti te duele… y es feo, y oscuro.

Poco a poco me fui creyendo mi disfraz, bajé la guardia y comencé a moverme entre las telas de colores. Pero la vida no mejoró, y como ya he mencionado, uno no puede jugar con el destino porque cuando lo intentas llega él, da un golpe en la mesa y te demuestra quien manda. Y eso pasó hace casi cuatro años, dio un golpe tan fuerte que tembló mi disfraz, mi coraza de acero valyrio y lo que quedaba de mí. Desde entonces está todo desordenado, las telas de colores se mezclaron con mi yo, y mi coraza ya no sabe cuando está puesta o cuando debe ponerse y cuando no.

A mis años, que no son muchos, sospecho que yo soy la culpable de mi soledad, que mi coraza forjada en fuego de dragones ha hecho su trabajo mejor de lo que hubiera querido.

“Era un fantasma que vagaba por la vida como un mero espectador, ansiando formar parte de ella, pero demasiado asustado como para arriesgarse a sufrir. […] La armadura que le protegía en realidad rodeaba un cascarón vacío.”

Joey Knish

Buenas noches pasajeros:

Quizás os preguntéis a qué se debe el título de esta nueva entrada. Pues hoy os voy a hablar de calar a la gente. Soy relativamente joven, aunque mi edad se aproxime peligrosamente a esa cifra que comienza con un tres. He tenido experiencias dispares, pero en general de estas que empiezan con el muchachito noble conociendo a gente y terminan con el muchachito noble llorando en un rincón y solo.

He estado casi toda mi edad adulta compartiendo mis trayectos con alguien, prácticamente eligiéndolos juntos o incluso dejándome llevar por recorridos que no eran favorables para mi. Ahora, que estoy simplemente en mi estación, solo, me encuentro con personas desconocidas o casi, que me venden la posibilidad de hacer algunas rutas…

Knish es uno de los personajes de la película Rounders,  interpretado por John Turturro.  Es un tipo experimentado en el juego, que se gana la vida ganando a aficionados partidas fáciles de póker. Su característica primordial es que lleva toda la vida jugando, se da cuenta de todos los gestos, analiza cada detalle, ve cada trampa, pero no juega, simplemente quiere sacar la suficiente tajada para mantener a su familia sin trabajar.

Las rutas que me ofrecen pasan a veces por apoyar a la desconsolada emparejada cuyo amante bandido trata fatal, dando apoyo para renunciar a esa relación de la manera más apropiada, para luego no saber nada de la persona en unas  semanas hasta encontrarme con fotos de la pareja super feliz de vacaciones. En otras situaciones consisten en acabar siendo el caballero de brillante armadura que lleva a la chica ebria y emparejada en brazos a casa mientras alaba mi olor, mi fuerza o la dureza de mi cuerpo. Singular una en la que se me proponía echar carbón a la locomotora pero con cuidado porque el maquinista que la llevaría más tarde no sería yo…

Siempre quise contar con la “bondad” humana, aunque suene tópico, veo venir las cosas, pero con la mente fría intento humildemente creerme que la gente no actúa con un egoísmo cerril y un hedonismo infantil solo para satisfacerse de manera inmediata. Bien, veo que me equivoco.

Yo solo buscaba compañía de viaje, fuera del tipo que fuese. Alguien con quien poder estar en persona, enseñarle mi estación y charlar en el andén un rato, quien sabe, quizás subirnos juntos a dar una vuelta, para regresar más tarde y seguir con nuestros caminos distantes hasta que nos volviéramos a encontrar.

Comenté en el post anterior que me siento solo, soy como un personaje de tebeo de los que tenían la nube negra encima con rayitos y una pequeña tormenta; mientras para el resto del mundo hace sol y todo es maravilloso. Daría cualquier cosa porque alguien interpusiera un paraguas entre esa nube y yo, como ya ocurrió en anteriores ocasiones. Viviría feliz durante los días que eso durase, me entregaría otra vez al placer de ver el Sol y sentir el traqueteo de los trenes alejarse y llegar me inspiraría una sonrisa en lugar de anhelo y nostalgia. Sin embargo parece que esto no va a ocurrir, que los paraguas que aparecen llevan demasiada letra pequeña, que vienen con subterfugios y ganas de aprovecharse.

Llevo años sin jugar, renuncié a ello en mi último viaje, prometí tener siempre las cartas boca arriba y envidé a ciegas. Me intento recuperar como un idiota de aquella mala mano. Pero no se me daba mal y ahora los rivales son peces pequeños que creen que pueden dejarme pelado en la primera partida. Curioso que no sepan que siempre guardo un as en la manga.

Yo nunca quise esto…

«La vida es un juego del que nadie puede retirarse llevándose las ganancias» André Maurois

Esperando mi tren…

Después de unos días caóticos, por fin tengo un momento para pararme a escribir y la primera reflexión que me llega es ¿y si he tocado techo? ¿Y si no puedo avanzar más?

Esta mañana me he despertado y he puesto música, una antigua amiga decía que cuando me ponía Revolver era porque estaba pasando una mala época, en aquél momento le resté importancia pues Goñi fue casi un gurú para mí en otro tiempo… ya sabemos qué pasa después con la industria. El caso es que mi Spotify dice que llevo meses escuchando las mismas canciones de Revolver, ahora sé que mi amiga tenía razón.

Son muchos meses viviendo sin objetivos, sin metas y casi sin sueños. Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar, estrofa que llevo al pie de la letra, camino por la estación esperando un tren que puede haber pasado ya o que no pase nunca. Quizá esto es lo que soy, una pieza que no encaja en una sociedad tremendamente competitiva.

A veces parece que todo el mundo avanza en sus vidas, nuevos proyectos, nuevos destinos, nuevas compañías o nuevos trabajos. Y yo me quedo atrás, sigo sentada en la estación sin posibles para hacer nada distinto, esperando un tren que no llega.

¿Y si todo esto es lo que soy? ¿Y si no valgo para nada de lo que me había propuesto?

Si fuera así debería conformarme, pues nadie debe burlarse del destino. Puede que yo sea una pieza completamente prescindible, a la que recurre todo el mundo cuando no hay otra, y a la que todo el mundo olvida cuando ya no hace falta.

Una pieza muy frágil aunque se revista de acero valyrio.

Pero soy un gran guerrero, a veces casi un mercenario, que libra batallas de otros y después se pierde en los caminos. Pero lucharé con todas mis fuerzas para que el destino no tenga razón, no voy a abandonar nunca mi batalla y me demostraré a mi misma de lo que soy capaz.

Sólo hay una cosa que puedo asegurar: no volveré a anunciar mi rendición.

Entretente solo…

Buenas madrugadas pasajeros:

Hace una noche tórrida en mi estación. No puedo dormir, aunque no puedo culpar al calor, sigo mirando trenes llegar e irse. La mayoría de las personas con las que me solía relacionar hasta hace unos meses están muy lejos, no quieren saber de mí o se han ido de vacaciones; a disfrutar de otras rutas, otras vías, con otras personas. Las parejas de viaje vienen y van, pero de sobra sabréis que cuando las necesitéis no estarán, y cuando estéis a gusto y cómodos os lloverán ofertas.

Todo el mundo me dice que disfrute de esta nueva etapa, me relaje, lea, aprenda de mi mismo y reflexione sobre mis experiencias. Que cualquier etapa de la vida es de alguna manera interesante. Pero me cuesta, me cuesta horrores.  Algo me dice que podría olvidarme de mis «viajes pasados» si tuviera un buen círculo social, un entorno rico y con el que no parar quieto, que es en realidad lo que hacen los viajeros solitarios y a pesar de ello felices.

Bueno, sorpresa, soy un pasajero dependiente. Aceptación social, amistades, supongo que en cierta manera es normal. Me he pasado la vida dándomelas de solitario, pero en realidad siempre hubo alguien de «fondo» , cierta red de seguridad con la que podía contar. Hace unos minutos recordé una frase de mi padre, es uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando compraron una casita en el campo. Por supuesto yo era pequeño y me obligaban a ir, pusieron una canasta de baloncesto para mí y yo iba persiguiéndoles para que jugaran conmigo. Mis padres, siempre ocupados, iban de un lado para otro cavando el huerto, plantando flores, regando o limpiando, siempre tenían algo que hacer. Uno de esos días, en los que yo estaba realmente pesado,  escuché el: tienes que aprender a entretenerte solo, no podemos estar haciéndote caso siempre. A mi, que me crié con la tele, no podían hacerme caso siempre.

Puede que desde ahí todo fuera una máscara, una forzada coraza de solitario empedernido que «no quiere aburrir a nadie».

Esta noche necesito subirme a un tren, añoro más que nunca los antiguos trayectos, esta noche mataría por el traqueteo relajante y la certeza de un destino. Me noto cansado y solo, y supongo que debería estar disfrutando de mi nueva etapa. Que el verano pasará y llegará el ajetreo, nueva gente, nuevos lugares; pero a día de hoy cada minuto de esta soledad palpitante pesa como una losa. Intento alejarme de ella, ocupar mi tiempo con conversaciones triviales y actividades que me llenan más o menos, pero sigo notando ese vacío insondable, como esa herida de la lengua que sanaría si pudieras dejar de rozarla con los dientes.

Estoy agotado y aburrido, daré un paseo por la estación y tomaré un café de máquina, se acerca un tren, lo oigo venir, me pregunto a donde irá…

La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo. Gustavo Adolfo Becquer.

Cruzando vías…

Buenas noches pasajeros:

Este es mi primer mensaje en el blog que acabamos de estrenar. El mensaje de introducción ya explicaba más o menos lo complicado de nuestro encuentro.

Hoy quería hablaros de un tema recurrente en mis anteriores blogs, aunque la metáfora cambiará un poco, en otra ocasión hablé de “la pastilla azul o la roja” en clara referencia a la película Matrix, esta vez utilizaré la metáfora que hemos tomado para el título de nuestro blog para exponer mi punto de vista sobre esta dicotomía.

La vida son decisiones, tomamos varias, muchas cada día. Sin embargo sólo cuando nos salimos de la vía que racionalmente estipulamos nos encontramos con caminos que merece la pena recordar.

He tomado muchos trenes, saltado muchas vías y me he arrepentido de los destinos a los que me han llevado en multitud de ocasiones. Sin embargo, en noches como esta, con tiempo para pensar y dar vueltas en la cama, resulta que, aunque me llevaron a lugares dolorosos a los que nunca quise ir, jamás podré arrepentirme de los viajes que hice, de todo lo que vi por la ventana, de la compañía con la que descubrí esos lugares e incluso del traqueteo intenso de las malogradas y ruinosas vías, que más temprano que tarde acabaron llevándome a un sinfín de desfiladeros y arrabales peligrosos.

Vuelvo a estar en una estación del sur, desde la que siempre comienzo mis rutas y a la que siempre vuelvo cuando mi mochila se vacía y pierdo el norte.  Miro con nostalgia las vías que seguí durante tanto tiempo. En el ecuador del verano, con un calor intenso y casi llegados a la hora bruja. No sé, sinceramente, a donde me llevará el próximo vagón que coja, no tengo ni la más remota idea de a cuál de los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos me llevará mi nueva andadura. Por ahora me quedaré en la estación, viendo los trenes llegar y marcharse. Espero que os apetezca acompañarme un tiempo y que escojáis rutas que os llenen de aventuras, quizás, solo quizás me veáis a mi hacer lo mismo.

“Lo más difícil de aprender en la vida es saber qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar” William Russell.

Primeros pasos

La riada de gente es tan densa que a veces es imposible caminar en contra, andenes y estaciones atestados, gente que va y viene, ruido de maletas y murmullo de voces. Miles de almas, miles de historias y experiencias que se cruzan en espacio y tiempo pasando desapercibidas. Un tren se va, dejando paso a otro que llega, cientos de personas se trasladan de un lado a otro, corriendo, hablando por teléfono, escuchando música o haciéndosela escuchar a todo el mundo… pero sin mirar a los lados, sin pararse a ser cortés o preocuparse por ser amable.

El colectivismo de otros tiempos ha dejado paso al individualismo más delatador de la verdad: cuanto más conectados, más solos estamos. Vivimos en una sociedad carente de emociones, viciada e intoxicada con el exceso de información, parece que hay que estar en toda red social, coleccionar amigos, y estar enterado de todo para ser alguien, para encajar. Dicen que el hombre es un animal social, no creo que pensaran en las redes sociales, donde es posible poner “ja ja ja” sin mover un solo músculo, ¡Con lo sana que es una buena carcajada colectiva! En mi caso, quizá no sea tan social, pero siempre me interesa más la calidad que la cantidad de amigos. No sirve de nada tener mil amigos en Facebook, no sirve de nada tener más RT o más seguidores en Twitter si cuando sales a la calle te falta el teclado para relacionarte.

¿Ya nadie se preocupa por nadie? ¿La empatía ha muerto? ¿Y la solidaridad?

A mí me gustaría pensar que no.

Sin embargo, de vez en cuando las vías se cruzan, y de la manera más impredecible las vidas también lo hacen, aunque pocas veces pasa de manera sana y desinteresada como en el cruce del que nace este blog. Dos personas que deciden pararse en la estación, sentarse en un banco, respirar hondo y ver personas pasar.

El tiempo se para, solo son espectadores.

Bienvenidos a nuestra visión del mundo ¿Interior o exterior?

Quién sabe… donde las vías nos lleven.